24!

24 es una serie de esas que enganchan desde el primer momento gracias a su ritmo frenético y constante. Ayer acabó la tercera temporada de esta producción de la FOX que ha encontrado bajo una fórmula sencilla un exito sorprendente. El agente Jack Bauer, interpretado por Kiefer Sutherland, y sus colaboradores disponen de 24 horas para salvar a la humanidad de los peligros que amenzan a su país. Por ello, es una carerra a contrarreloj en la que se alcanza un ritmo vertiginoso que no deja indiferente al espectador. Un ritmo que se contagia al que está enfrente de la pantalla y que le produce sentir el mismo agobio que los protagonistas y las mismas ganas de que exista un desenlace feliz cuanto más rápido mejor.
Así como en la primera entrega la familia Drazen amenazaba el porvenir de los americanos, y en la segunda, fundamentalistas árabes pretendían destruir la ciudad de Los Ángeles mediante una bomba atómica, en esta tercera parte Steve Sanders, un antiguo compañero de Bauer en Kosovo, intenta liberar once diales con un gas altamente letal. La razón, sus ansias de venganza por considerarse traicionado y abandonado por los Estados Unidos. Nótese, como rasgo negativo, las claras alusiones a los atentados del 11-S como a las armas de destrucción masiva que bien el mismo Bush podría estar buscando.
Al mismo tiempo, historias paralelas circulan al lado de la trama principal. Desde el camino que recorre un senador negro hasta convertirse en presidente de los Estados Unidos, pasando por historias sentimentaloides, hasta llegar a situaciones donde la ética y la moralidad se cuestionan para conseguir determinados objetivos.
Al final, no obstante, y después de encajar ciertos golpes y pérdidas aliadas, la cosa acaba bien. Aunque ello connleve la muerte de algún ser querido que otro o la carga de la resignación a aceptar cosas impensables -como sacrificar al jefe de la UAT para conseguir alcanzar el virus o convertirse en drogadicto para entrar en la familia colombiana-.
Como anécdota, un alivio para nuestros corazones. Después de enterrar a su mujer, de perder a infinidades de amigos y compañeros, de tener que matar a su jefe, de no dormir nada, de tener que cortarle la mano a su yerno, de que secuestren a su hija, de tener que soportar una presión que ni la del fondo del mar, al menos los guionistas nos dejan ver una milésima parte de la sensibilidad del aguerrido agente. Al final,después de conseguir su objetivo, el machote se pone a llorar. Pero nada, un ratillo, no mucho. Lo justo para demostrar que hasta el James Bond americano también tiene su corazoncito.
2 comentarios
manu -
Lo del horario tb tienes razón. Es muy putas, para trabajadores y estudiantes. La suerte es tener Taller de prensa al dia siguiente...
joi -